Terminó este proceso constitucional tal como lo hizo el primero: con un texto identitario, producto de una mayoría circunstancial que plasmó solo una mirada de país, de sociedad, de moral y de política. La evidencia de la votación final en el pleno, solo con los votos a favor de Republicanos y de Chile Vamos, muestra que al país se le ofrece una propuesta de Constitución que es fruto del ideal de sociedad de solo un sector, y no esa casa de todos de la que tanto se ha hablado.
Este segundo proceso constitucional se impulsó por el fracaso del primero, pero ninguno de los errores cometidos en esa ocasión se tomaron como un aprendizaje. No porque ahora la mayoría circunstancial sea de derecha es más válida que la que lideró la Convención Constitucional. De la misma manera que aquel sector es responsable por el desenlace triste de una mayoría abrumadora en contra, la derecha será la principal responsable del fracaso de esta segunda y última oportunidad. Tiene en este caso un agravante: no se quiso aprender la lección y solo se optó por usar al Consejo Constitucional como un laboratorio de ideas, que son una mezcolanza de conservadurismo y populismo de derecha, con miras a la próxima elección presidencial.
Si en el primer proceso la tónica era un ritmo refundacional, con un texto donde se recogían todas las demandas que estuvieron en ese octubre del 2019, sin partidos políticos y con la Lista del Pueblo como niño símbolo del nuevo país que se soñaba; este tiene un olor conservador, a democracia restringida, con acápites que incluso la comisión Ortuzar no se atrevió a poner. Algunas de sus ideas vienen del sueño republicano para el país.
Todo el armatoste de control que se diseñó para esta fue insuficiente ante la arremetida republicana en las urnas. Y la única explicación razonable de ello es el enojo de la gente con el gobierno, y sin duda un exceso de octubrismo, reflejado en las estridencias de la Convención. Había sido mucho más prudente guardar el proceso constitucional para cuando las cosas en el Ejecutivo hubiesen estado más calmadas.
Es cierto que la derecha tiene armado un relato fácil y directo para defender su texto durante la campaña para el plebiscito de salida del 17 de diciembre. Hablan de la Constitución de la libertad, de la seguridad, de la que reduce la cantidad de políticos, que ayuda a la economía y el progreso. Un relato efectivo, pero que crea muchas falsas expectativas. Bajo esa lógica un triunfo del A Favor es peligroso.
Uno de los principales problemas que tiene el texto es que elevó a rango constitucional una serie de temas que corresponden a materias de ley o reglamentos, temas que son más propios de un programa de gobierno que de un pacto social que debe trascender por varias décadas. Eximir del pago de contribuciones a la primera vivienda, la expulsión de migrantes en el menor tiempo posible, crear una policía fronteriza, la agencia anticorrupción son medidas populistas, la libertad sobre los fondos de pensiones y para elegir sistema de salud son populismo puro, solo eslogan de campaña.
Efectivamente en el primer artículo quedó plasmado que Chile es un Estado Social y Democrático de Derecho, pero no es más que una frase vacía, porque el resto de las normas constitucionales apuntan en sentido contrario al consagrar la privatización de los derechos sociales y un fomento de la subsidiaridad del Estado. No por nada se constitucionalizan a las AFP y las Isapre.
Es un problema que el oficialismo no tenga un relato claro y coherente para enfrentar la campaña. Más allá que la propuesta esté mal hecha, nada le hace sentido a la ciudadanía, ni el clivaje derecha-izquierda o que la oferta de un Estado Social sea en la práctica de cartón. Es más, las fuerzas de centro izquierda y de izquierda están al borde de verse obligados a validar la fustigada Constitución del 80 con tal de evitar terminar con una peor. Esa es la tragedia del triunfo de la opción En Contra.
Hace rato que el plebiscito dejó de ser una carrera corrida para la opción En Contra. Hasta ahora no hay un discurso del oficialismo que sintonice con los problemas reales que enfrentan las personas hoy y si a eso se suma al hecho que la oposición tratará, nuevamente, que la elección de diciembre sea un referéndum al Gobierno de Boric, el escenario se pone complejo.
Además, las últimas dos semanas previas al plebiscito se impone el “silencio” de las encuestas, un terreno fértil para fake news y campañas sucias, donde se crean realidades paralelas, especialmente en redes sociales.
El país se enfrenta a una paradoja constitucional, porque al final el remedio -la propuesta del Consejo- puede terminar siendo peor que la enfermedad -la Constitución actual- que se quiso curar.